PAÍS LATENTE
por
Manuel Caballero
Comisariado por
Eduardo Rodríguez
Ínsula de León, julio 2004
Hace algunas semanas, Leo Wellmar me envió unas notas referidas a los cuadros de esta exposición. En ellas escribía sobre la influencia que iba ejerciendo en su obra, de una manera cada vez más reflexiva, subterránea y pertinente, algunos conceptos del arte y la filosofía orientales, en relación, sobre todo con la idea del Vacío.
Aunque la artista hacía con ello referencia a ciertos aspectos de la pintura japonesa, no pude menos que recordar, conociendo desde hace años su trayectoria y la importancia que en ella ejerce la noción de "ausencia", un capitulo de
"El Libro del Tao", de Lao Zi, del que deseo, ahora, reproducir un fragmento:
"Alcanzar lo vacuidad es el principio supremo,
conservar lo quietud es la norma capital;
en medio del profuso despliegue de los diez mil seres,
pueda yo contemplar su permanente retorno.
Innumerable es la variedad de los seres,
mas todos y coda uno retorna a su origen.
Eso se llamo Quietud.
Quietud,
es retornar o la propio naturaleza.
Retornar a lo propia naturaleza,
es lo permanente;
conocer lo permanente, es la iluminación".
Claro está que esa influencia oriental, al contrario de cómo ha ocurrido otras veces en el arte europeo, atiende más al fondo que a la forma y se hace evidente en ese especial sentido de apreciar y aprehender la Naturaleza, vasto dominio silente, alejado y quieto. sin apenas marcas de la actividad humana, que la autora plasma en sus paisajes.
Inmersos en una apacible melancolía, muestran una Naturaleza"vacía", desprovista de accidentes o anécdotas, más latente que exultante, envuelta, diríamos, en el sudario de una bruma septentrional, que esfuma los contornos y provoca un alejamiento de los planos hacia un fondo infinito.
La composición de esos paisajes viene a ser la misma en su conjunto. Dividido el soporte en dos mitades de parejas dimensiones, lo que confiere al sistema compositivo una cierta rotundidad que, paradójicamente, actúa como contraposto al esfumado señalado antes, en la zona superior pinta la tierra y la vegetación evanescentes, mientras que en la inferior coloca una superficie acuática, lago o río, que refleja, desdibujándolos aún más, los bosques o las remotas colinas...
La sobriedad cromática de esas telas pudiera ser, como en toda la producción de la artista, otra de sus notas definitorias, pues todas ellas se resuelven como grisallas, con alguna, no obstante, concesión a un rojo apagado.
Por otra parte, tal como señalábamos en otra ocasión, cabe deducir la persistencia de un matiz simbólico en la utilización de ciertos temas, como aquí, la oposición agua/tierra y el subsiguiente reflejo, que a veces no sólo es indicio de la transitoriedad del mundo material, (el reflejo, es decir la imagen reflejada es lo que se ve pero que no existe, o lo que existe sin que sea corpóreo), sino que también opera como transformador de un objeto material y definido en otro fugaz y aleatorio).
Así ocurre en
"Trust" donde el solitario árbol de la orilla se convierte, al reflejarse, en otro corazón igualmente solitario que flota en el espejo acuoso, y cuya existencia dependerá de que el viento, ahí calmo, agite más o menos la corriente.
La casa, es otro de los temas frecuentes en la pintura de Leo Wellmar, y puede ser interpretado de diversas maneras.
Antes de ello, es preciso aclarar algo sobre el simbolismo general de esa figura. En efecto, la casa en su aspecto positivo, viene a ser el lugar feliz y seguro, el refugio, "recinto ordenado y cerrado" que por un lado remite a un "orden cósmico" y por otro establece una analogía con el cuerpo humano.
En
"Friendship", las ramas blancas y alisadas que se apoyan sobre la pared de la casa-cabaña de madera rojiza, y acaso la sostienen. parece ser una clara y la vez tácita alusión a la búsqueda y necesidad de amparo por parte de los otros para sustentar la propia vida-cuerpo.
Pero en otras pinturas estas alusiones cobran un tono más dramático y desasosegado.
Si antes hablábamos de la sutil melancolía que emanan los paisajes, ahora el tempo parece enturbiarse, virando hacia una, tal vez, profunda tristeza. En las diferentes versiones de "In the center of the soul", una casa-cuerpo-vida aparece en el centro del lienzo, como una visión o recuerdo o anhelo espectral.
La casa pintada, es, podríamos decir, la "casa feliz" de tantos sueños o historias infantiles, pero su aparición, flotando en la nada en el centro del lienzo, una nada blanca u oscura que la aísla y atenaza, vuelve a remitirnos al sentido de ausencia o angustia, o felicidad perdida o entrevista, o de dicha añorada que con tanta elegancia, no obstante la hondura de la emoción, plasma la autora en sus obras...
Pero también es necesario señalar otro aspecto de esta exposición que en cierto modo, y paradójicamente, altera, enriquece, delimita y ofrece nuevas perspectivas a lo expresado hasta aquí.
Se trata de la pintura "More than white", un cuadrado de 120 x 120 cm. Una superficie monocroma blanca, de valor primordialmente testimonial, que abre el catálogo y en su plenitud-vacuidad contiene todo lo que posteriormente se irá viendo.
De nuevo, y en relación a ella, sería necesaria la referencia al texto taoísta reseñado antes:
"Alcanzar la vacuidad es el principio supremo... ".
No creo que sea pertinente aquí relacionar este lienzo-génesis con otras pinturas monocromas de nuestra historia artística reciente. Su sentido habría que buscarlo no como obra en sí misma y aislada, sino en relación a lo que contiene y le sigue.
El blanco, entonces, no es símil de muerte helada. Al contrario, y tal como se adivina en la obra del compositor finlandés Einojuhani Rautavara
"Cantus Articus", música que siempre me suena cuando veo los cuadros de Wellmar, es el triunfo de una plenitud latente de seres, que despiertan su vida inagotable en el hielo eterno.
Un país que late debajo de su superficie.
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