"Pasado y presente", galería Barnadas
por
Ángel Antonio Rodríguez
ELCOMERCIO.ES, Oviedo 3 noviembre 2012
Aunque vivió desde los veintitrés años en Dresde, en el corazón del movimiento romántico alemán, Friedrich había nacido en Greifswald cuando la ciudad aún formaba parte de la corona sueca. Quizás por eso, su incorporación a la pintura de paisajes serenamente trágicos y resonancias místicas creó tantas escuelas en el país escandinavo que, durante décadas, se fueron sucediendo y alcanzaron la pintura, la fotografía, la literatura y el cine. Escenas nocturnas, parajes gélidos, quietud compositiva, montañas, bosques y la soledad del ser humano son la clave de sus herencias.
La pintora sueca Leo Wellmar, cuya obra se había expuesto puntualmente el año pasado en la colectiva 'Natural Copies' de Guillermina Caicoya, presenta ahora su primera individual en Asturias de la mano de la galería ovetense, permitiéndonos descifrar sus interesantes códigos pictóricos, en la esencia de esa tradición romántica y norteña que ella matiza con texturas sedosas y obsesivamente sobrias. Una obra plenamente contemporánea, que no huye del pasado sino que lo reivindica, sugiriendo otras tradiciones (Patinir, Bruegel…) en esos «mundos silentes» y ese «paisaje como autorretrato» que ya advertió Juan Manuel Bonet en los lienzos de Wellmar.
«Paisajes oníricos anclados en el pasado intentando trasmitir las emociones del presente», escribe la propia Wellmar. «Quietud que atrapa el tiempo y lo transforma en un escenario borroso, ausente de presencia humana por la única razón de que ya forma parte de ella».
Melancolia
Las escenografías de Wellmar parecen reivindicar el abismo y los horizontes, en una inmensidad que viaja más allá de lo visible con espacios aparentemente infinitos. La ausencia de la figura es su mejor presencia. La vida es el instante efímero, las horas detenidas. El fondo del cuadro no es sólo un escenario; es también una zona privilegiada para la reflexión. Es la religión de la naturaleza, la idea medieval del mundo como lienzo en blanco para escribir usando la vida como signo, desde la melancolía. Esa ambigüedad, que puede resultar casi ontológica, se nutre de simetrías fantásticas y perspectivas que evitan el realismo pero mantienen su pureza.
Las piezas expuestas en Oviedo sirven también para seguir creyendo en la poética, entre fondos blancos que armonizan la pasión física y la 'psique' desde el silencio extremo de sus composiciones. Huyen de las estridencias, del ruido, del abigarramiento y de las miserias mundanas. Un feliz reencuentro con el arte que sirve también para «reflexionar sobre el paso del tiempo», como subraya Wellmar, creyendo en el universo como contención necesaria para atrapar esa estabilidad, esa serenidad que, lejos del arte, hoy se nos escapa entre los dedos.
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